El poeta uruguayo vivió en Madrid ante el parque que llevará su nombre.
Aquí, en el número 7 de la calle
de Ramos Carrión, en la portería, una tarjeta sigue diciendo en el buzón que
aquí vive Mario Benedetti.
Benedetti
murió en mayo del año 2009 en Uruguay, su país, del que los militares lo
echaron a culatazos morales en la época más terrible de su vida.
Esta casa
fue el domicilio de uno de sus destierros, que España, entre otros países,
convirtió en una estancia que él recordaría siempre con gratitud.
Ahora
Benedetti no está; están sus libros de poemas, y ahí, en esta calle, sigue
estando la memoria diluida del poeta. Y pronto estará, por decisión del
municipio que le acogió, la plaza de Mario Benedetti. En el corazón mismo de
Prosperidad.
La ciudad lo acogió toda una década, durante uno de sus destierros
"Cuando la gente es educada deja un r ecuerdo hermoso", afirma su portera
La casa
era humilde, las costumbres eran modestas
Prado
recuerda las tardes de fútbol, las conversaciones susurradas por este asmático
fervoroso del Nacional y del mejor fútbol, pues el suyo fue siempre el buen
gusto uruguayo por este deporte. Además, recuerda el poeta, lo distinguía la
humildad. La casa era humilde, las costumbres eran modestas, y a pesar de que
en los últimos años de su vida los derechos de autor arreglaron bastante su
economía, seguía manteniendo ante el gasto la contención de un contable.
"A
veces nos invitaba a cerveza a Chus y a mí", dice Prado, "y sacaba
del enorme frigorífico una sola botella, con la que nos brindaba a los
dos".
Esa
sobriedad no era falta de generosidad; cuando se fue definitivamente, de modo
que dejó la casa para siempre deshabitada, quiso que algunos amigos, entre
ellos el propio Prado, se quedaran con algunos recuerdos suyos. "De modo
que yo ahora
me afeito", dice el poeta, "con la afeitadora de Benedetti, me siento en sillas pequeñas de Mario, tomo el té en su tetera...".
me afeito", dice el poeta, "con la afeitadora de Benedetti, me siento en sillas pequeñas de Mario, tomo el té en su tetera...".
La casa
de Madrid se parecía a la casa de Montevideo: muebles similares, despachos
similares, iguales estanterías. Chus Visor recuerda "la mecedora en la que
se sentaba para recibir a las visitas o para ver la tele, el despacho que
miraba a la plaza y en el que escribía sus poemas, sus haikus, sus novelas...".
Le
gustaba mirar a la plaza, es cierto, pero la cruzaba solo cuando iba a comer al
Vips cercano, "siempre a la una de la tarde, siempre a la misma hora, y
siempre para comer lo mismo, y siempre para tomarse luego un helado de vainilla
que no llevara ni rastro de almendra...".
Una vida
apacible en la plaza. Y no siempre tan apacible. Juanita recuerda que hace años
atracaron a Mario; había ido al banco cercano, antes de un viaje a Uruguay. Una
pareja de ladrones, bien trajeados ambos, le siguieron durante toda la
operación bancaria, hasta que Benedetti volvió a su propio portal y se dispuso
a abordar el ascensor. Entonces, aquel caballero que escribía poemas y era más
puntual que los relojes les cedió el paso, creyéndolos de buena ley.
Ya en el
ascensor, abofetearon a Mario, le quitaron "todo lo que había sacado del
banco", dice Juanita, y luego lo abandonaron en el rellano, huyendo a toda
prisa. A él, que era asmático, le dio un ahogo fatal. Pero cuando se recuperó
le dijo a Chus, su amigo:
-¡Pero
les di una piña! (una trompada, dicho en uruguayo).
Fue,
quizá, el peor recuerdo de sus años tranquilos en el exilio que pasó en la que
ahora será plaza de Mario Benedetti.
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